Tanis, mis abuelo.
Nacido en un pueblo pequeño, pequeño.
Trabajó en altos hornos de Vizcaya.
Pasé muchos ratos con él en Lorcio, otro pueblo diminuto.
Trabajador incansable.
Durante muchos ratos, le seguía. Viendo como segaba con la guadaña. Como subido al tejado arreglaba las tejas. Como pasaba horas en el huerto.
Esquivo de mogollones, que somos una familia grande, de vez en cuando te regalaba un guiño.
Su memoria era un lugar en el que poder sumergirnos, lleno de historias repletas de detalles.
Gracias por tu ejemplo y tu amor silencioso.
En la obra que le dedico muestro la mesa con la sopa que siempre tomaba mientras contaba sus constantes historias.
La boina que solo se quitaba para comer, a un lado de la mesa.
Un huerto ordenado, como era el y su cabeza al otro lado. Un huerto bordado que se tarda mucho más en crear, porque Tanis era así constante, constante.